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Guanajuato es un continente

Hagamos un experimento mental: imagina una hoja de tamaño carta. Córtala en tres partes iguales. Descarta dos y quédate con un tercio. Ese tercio de hoja, pártelo a la mitad. Esa mitad, divídela en diez partes. Te has quedado aproximadamente con un 1.7 a 1.6 % de la hoja original. ¿Cuánto valor, acervo, bienes, caudal, se puede acumular en un 1.6% del todo?



No, tu sentido común te engaña. No es minúsculo lo que contiene. Su potencial es inimaginable, y la palabra nunca ha sido más pertinentemente dicha, porque en ese 1.6% puede encerrarse un universo. Como en Guanajuato.


Un territorio contenido pero que es también un continente: una cosmovisión, un patrimonio inigualable, historias que forjaron la patria, costumbres, gastronomía paisajes, ciudades vibrantes, carreteras, artesanías, tradiciones, aeropuertos, parques industriales, arquitectura virreinal. Todo eso es Guanajuato en un espacio que de pequeño tiene solo la dimensión pero nunca el valor.

Y si continente es la primera palabra que cruza la mente al describir este rico estado, densidad es otra palabra que le calza de siempre: no solo por su población, sino también por su acopio de recursos culturales, naturales y económicos. Particularmente el arte y la cultura en Guanajuato están representados en la multiplicidad de sus manifestaciones.



Si se usa el recurso de imaginar su potencia cultural como una fuente tradicional, diríamos que su abastecimiento se encuentra en el talento de hombres y mujeres cuyo testimonio de vida se edifica en el centro histórico de su capital, la ciudad de Guanajuato: Patrimonio Histórico de la Humanidad declarado en 1988 por la UNESCO. Esto es materia de caso todos conocida. Pero habrá que detenerse un poco en lo que implica ya que esta declaración no solo es decretada por la riqueza de sus conjuntos arquitectónicos, sino también porque su caudal, como toda fuente, se esparce en arquitectura virreinal rica en facetas deslumbrantes, una multiplicidad de espacios bien conservados y de muestras de fachadas, cuerpos, torres y esquinas que le dan armonía virreinal a todo el conjunto.


No podemos, no queremos hacer un conteo de sus edificios públicos o detenernos en describir uno solo porque el pensamiento se hace arcos, luces y sombras del barroco, canteras que exploran todas las paletas del rosa y el ocre. No es casualidad que en este entorno señorial se diera a luz el Festival Cervantino, creado desde 1972 como la máxima expresión de las manifestaciones artísticas que se desdoblan en plazas, callejones, teatros, galerías, estaciones.


El centro histórico de la capital y su festival internacional han actuado como esferas de atracción de pensadores y pensamiento y como catalizadores e impulsores de la creatividad. Si toda fuente funciona por los principios de la gravedad, también es cierto en Guanajuato, porque la capital ha sabido congregar a artistas que han hecho escuela, como Diego Rivera, Mardonio Magaña, Juventino Rosas, pero que de la misma forma han atraído a las nuevas generaciones a crear, imaginar y edificar.

La atracción de Guanajuato entonces está viva: invita a pasearla, recorrerla, experimentarla. Su caudal es histórico pero también está puesto en tiempo presente. Baste imaginar un día, caminando por la Plaza de la Paz, y lentamente pasear por los angostos callejones. Desayunar a la sombra de los árboles, para prepararse ante el imponente silencio señorial de la Alhóndiga de Granaditas. Ahí, en ese espacio, se han dado cita los músicos, actores, bailarines más importantes que haya visto la época contemporánea. Ahí en el lugar en donde a todos los que nacimos en México nos contaron la anécdota del Pípila, se han presentado los mejores músicos, cantantes, y casi todas las posibilidades que las artes escénicas pueden ofrecer.


En el Jardín de la Unión o alrededor del mercado, puedes elegir comer y de ahí, ir a uno de sus innumerables cafés de lenta maduración. Observar las palomas y sus verdaderos motores: los niños que indefectiblemente corren detrás de ellas para espantarlas. Ahí, quizás en el Jardín, o podría ser en las escaleras de la Universidad, lo ideal es que te sientes. Encuentra una sombra. Imagina que eres un fotógrafo callejero y que estás esperando a que la brillantez de los amarillos, rosas y naranjas se vayan transformando en sepias. En esa hora de la tarde, en ese instante en el que el cielo comienza a ceder del azul pastel al magenta, párate. Y respira.


Eso que estás sintiendo, eso que estás viviendo, es un continente. Es una cultura que inunda. Es un patrimonio que no se repite en otro rincón de México o del planeta. Eso que estás sintiendo se llama Guanajuato. Que es un patrimonio contenido en un pequeño espacio, sí, pero que es un continente.


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