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Dos particulares creadores de Guanajuato

Guanajuato y sus artistas: éste es uno de esos temas que, para abordarlo, se requiere de un poco de atrevimiento por lo inabarcable que resulta. ¿Cuántos y cuáles artistas o portentos de la cultura vieron su origen en este maravilloso estado? La respuesta correcta es vaga por naturaleza: muchísimos. Perdonen la imprecisión pero es a propósito. Hay libros enteros dedicados al tema y entonces es una pequeña necedad pretender que en estas líneas podríamos abarcarlos todos. Por eso, permítasenos la licencia de mencionar a un par de ellos solo como esa gota que pueda dar cuenta de un mar extenso.



Y es que si hablamos de Guanajuato y artistas es imperioso quizás comenzar por uno de los más grandes que ha visto no solo este país, sino la humanidad: Diego Rivera. Un artista portentoso que, si bien de unas fechas para acá se le juzga mucho desde su producción de ideas, sus devaneos personales o románticos, todos pertinentes para una lectura extra-obra, también es cierto que desde lo que su obra anunció vemos la creación de mundos nuevos.


Diego Rivera nació en la capital del estado y hay que decir que esto no es solo circunstancia biográfica, su casa hoy Museo parte del sistema de recintos culturales de México, nos dice mucho del contexto en el que pasó sus primeros años, en el seno de una familia guanajuatense que si bien hubiese preferido que se dedicara a otra disciplina, hay que afirmar que lo apoyaron sin ambages para que cultivara sus ambiciones de desarrollar un lenguaje visual propio. Es su familia la que le apoya para que estudie en la ciudad de México y, posteriormente, en Paris. Y es su familia sensible a la estética que desde muy joven demostró atesorar, la que le permitió desarrollar toda su obra tan importante a lo largo de su vida.



Diego Rivera no inventó la tradición muralista del país, pero sí la supo llevar a otro nivel en conjunto con ese grupo de visionarios a quienes José Vasconcelos encomendó retratar el alma de una nación independiente. Gracias a las formas, colores, volúmenes, composiciones pero, y sobre todo, temas, conflictos, personas y situaciones retratadas, supo otorgarle a México un lugar entre el mundo artístico y cultural internacional. Artistas de la misma época pero de países muy distintos al nuestro veían en Rivera al retratista de la realidad mexicana, al intelectual comprometido con causas políticas y sociales, y al incansable esteta de la grandeza.


Y si queremos abundar en otro ejemplo de cómo hay una esencia guanajuatense en la obra de otro portento cultural, entonces no podemos sino mencionar al inigualable Jorge Ibargüengoitia.


En este caso, la circunstancia de su nacimiento y desarrollo de su obra funcionan en paralelo. Guanajuato es materia de la estética literaria de Ibargüengoitia, no solo como escenario de su obra con una heterotoponimia muy propia, sino además con los temas, circunstancias y personajes que le son únicos. Cómo no recordar tantas citas de su mítico Cuévano, fuente de tantas anécdotas, sonrisas y verdades inapelables. Solo por recordar una de entre tantas citas: “Los habitantes de Cuévano suelen mirar a su alrededor y después concluir: —Modestia aparte, somos la Atenas de por aquí.“ Eso es actitud.


Ibargüengoitia supo dotarle de un conjunto de referencias a los habitantes de estos lugares, a su tipo de habla, a su modo de reaccionar y a las tramas tan mexicanas pero tan guanajuatenses que suceden en sus líneas. Las tías de Jorge son parte de un repertorio sentimental nacional y su tono agudo capaz de producir ese humor no tan frecuentado en las letras mexicanas, son distinguibles en su obra.


Guanajuato es pues cuna de muchos creadores y en esta ocasión pasamos una ojeada rápida a dos de ellos. Pero por la importancia que revisten no podemos sino imaginar la potencia cultural que este estado representa. Una tierra de creación y de creadores y de múltiples fuentes de inspiración.

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