La zona de monumentos históricos de la ciudad de Santiago de Querétaro fue declarada Patrimonio cultural de la humanidad por la UNESCO en 1996. Este reconocimiento internacional se logró gracias al conjunto de edificios, la permanencia de la traza original de la ciudad y el estado de conservación de esta rica herencia cultural. Es decir, se le considera con una importancia del nivel que ocupan sitios como la zona arqueológica de Teotihuacan, Palenque, Montealban o Paquimé y, desde luego, se le equipara con el centro histórico de la ciudad de México, Oaxaca o Puebla.
En este honor juegan muchas variables. Una de ellas, desde luego, la conservación de este patrimonio, en donde las instituciones vigilantes de su cuidado, fomento y preservación, como el Instituto Nacional de Antropología e Historia, juegan un rol esencial. Ahora bien, Querétaro se ha distinguido porque los tan bien preservados edificios conservan, al mismo tiempo, un dinamismo que les hace cobrar vida en tiempo presente. Y ahí es en donde quisiera detenerme por un momento en esta reflexión: en la importancia que cobra, para la preservación de un bien inmueble, el uso pertinente que se le da en el día a día.
Y es que no puede uno de dejar de maravillarse ante lugares como el exconvento de las Capuchinas en donde actualmente se acoge al Museo de la Ciudad de Querétaro. Y es gracias a la intensa actividad cultural, artística (intelectual) que sus muros observan, que se mantiene vivo el espacio. Y esto no es cosa menor. En otras latitudes, podemos pensar en edificios señoriales hermosos que, vaya Usted a saber si por malas administraciones, malas ideas o la ausencia total de éstas, terminan convertidos en tiendas de conveniencia, o de futilidades de modas pasajeras, en fin, de productos que per se no representan ninguna superioridad ni inferioridad con cualquier otro uso pero que, por su condición material, llevan al decaimiento natural del espacio. Nada peor para la preservación de un edificio barroco que imaginarlo presa del abasto o desabasto de churros o paletas. Nada más triste que ver balcones de herrerías virreinales de los que cuelgan lonas anunciando descuentos semanales.
Por eso me detengo en el caso singular de Querétaro. Porque se supo no solo preservar materialmente un edificio o un conjunto de edificios, sino porque se supo procurar un uso que les elevara y distinguiera, y por tanto, se les apreciara, por las generaciones presentes y, podemos apostarlo, futuras. Este es el caso, les decía, del exconvento de las Capuchinas, en donde su Director con ingenio, voluntad y no necesariamente abundancia de recursos, ha sabido dotarle al Museo de la Ciudad de una permanencia como dialogante de la cultura contemporánea. Un espacio que ve por sus pasillos, fuentes y galerías pasar gente, obras, música, cine, instalaciones. Es decir, un edificio que alberga ideas. Y las ideas son potentes para crear mundos posibles y permanencia.
Otro caso emblemático es el Centro de las Artes en Querétaro, alojado en el edificio que correspondió al Real Colegio de Santa Rosa de Viterbo, monasterio que comenzó a funcionar en 1727. Hoy es un lugar de amplia visita en sus espacios de devotos practicantes de las artes escénicas: el teatro y la danza; así como otras multidisciplinas; las artes visuales: escultura, pintura, fotografía y artes gráficas. De esta manera, el pensamiento guía es claro: preservar también pasa por innovar. Cuidar también implica reinventar, reapropiar y dinamizar.
Termino esta breve reflexión con otro espacio que me parece destacadísimo en este propósito doble de preservar al mismo tiempo que se le activa y aviva: la Galería Libertad. Se enclava en el corazón mismo del centro histórico queretano, la Plaza de las Armas. Y desde ahí, conviviendo de cerca con balcones señoriales, portadas virreinales y adustos pasillos de cantera, se da cita una de las expresiones más audaces del arte contemporáneo en el estado. En donde su Directora logra maravillas en espacios no necesariamente amplios y en donde la vibrante propuesta de mentes de todas las edades, de casi todas las disciplinas y de todas las perspectivas, le dan vida cada día a ese edificio. Porque la vida de un inmueble está en las personas y el uso, importancia y cuidado que ponen en esos espacios.
Preservar entonces es también animar, impulsar, enriquecer. Preservar no es solo mantener incólume un espacio. Significa también soñar en nuevas maneras de apropiaciones porque, solo así, estos edificios, espacios, conventos, institutos, columnas, patios, fuentes, balcones y pasillos seguirán vivos.
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